Reflets d'une exposition. Tutankhamon: la tumba y sus tesoros



Seguramente, Tutankhamon no hubiera dejado de ser un faraón de escasa importancia histórica si a Howard Carter nunca se le hubiera metido entre las cejas dar con el paradero exacto de su tumba. También es evidente que sin el patrocinio de Lord Carnarvon jamás lo hubiera conseguido. En cualquier caso, el descubrimiento del hipogeo en el Valle de los Reyes el 4 de noviembre de 1922 desencadenó un espectáculo mediático sin precedentes: por más que se tratara de una tumba extraordinariamente modesta para la época, que evidenciaba en sus formas lo precipitado de la construcción ante la prematura muerte del niño-rey, ésta no dejaba de ser la primera residencia de eternidad que se ha abierto a nuestros ojos casi intacta. El ajuar funerario fue trasladado minuciosamente y casi en su totalidad al Museo Arqueológico de El Cairo, aunque a excepción de las piezas más notables la mayoría se encuentran dispuestas en el mismo desorden en el que fueron encontradas. Es este detalle el que pretende solventar Tutankhamon: la tumba y sus tesoros, que plantea un recorrido por el hipogeo -de naturaleza ctónica, nocturna y osiríaca al mismo tiempo que celeste y solarizada- desde una primera aproximación a la dinastía XVIII y al período de Amarna hasta una digna e individualizada exhibición de cada pieza, pasando por una perfecta recreación de las cámaras en las que se emplazaban. Y si bien el argumento de que la antigüedad dignifica no es válido en esta ocasión en tanto se exhiben copias de originales, la extraordinaria calidad de las reproducciones y la oportunidad de observar tan de cerca los objetos que entran en diálogo a lo largo de la muestra dejan atrás todo prejuicio o vacilación. De este modo, la exposición se articula en diversos ámbitos que organizan las piezas según su temática, incluyendo proyecciones y visionados de cintas que las presentan. Las primeras recreaciones a tamaño real de la antecámara, el anexo y la cámara del tesoro parecen culminar en la decoración mural de la cámara dorada o sepulcral -con todo el misticismo que acompaña la plasmación del Libro de los Muertos-, hasta la exhibición de los sarcófagos y la suntuosa máscara funeraria. La orfebrería del Imperio Nuevo nunca volvió a alcanzar la extrema delicadeza y sensibilidad de la que había gozado en el Imperio Medio, pero la máscara de Tutankhamon es una excepción que rompe la regla. Los motivos en pectorales y demás joyería insisten en la legitimación del poder áulico basándose en la tradicional y simbólica representación del faraón como soberano de las dos tierras, pero la utilización del oro y las piedras semipreciosas (lapislázuli, turquesa y cornalina) a imagen de la carne, las zonas pilosas, la capacidad de resurrección y la sangre de los dioses, respectivamente, adquiere en el acabado simétrico de la máscara unas proporciones exquisitas. La arqueta y los vasos canopos, también en este ámbito, preceden el carro de guerra y el resto de objetos que complementan el ajuar, entre los que se encuentra el curioso trono real. Dedicado a Atón, constituye una evidencia extraordinaria que demuestra cómo el pseudomonoteísmo de Amenophis IV/Ajenatón fue canalizado de forma orgánica a lo largo de la XVIII dinastía, y que no sería hasta la decimonovena que la iconoclastia entraría en escena y la violencia de la damnatio memoriae arrojaría sus fuerzas sobre el hereje soberano y la imagen atoniana.


La exhibición, que recientemente ha sido prolongada en Madrid hasta el 16 de enero, ofrece una impresión del conjunto que difícilmente puedan conseguir los originales aislados en sus vitrinas. Yo, desde el anonimato que da una pantalla, recomiendo a mis escasos lectores, si es que hasta aquí ha llegado alguno, que si tienen la oportunidad y el interés de visitarla, por favor, no se la pierdan.

1 comentario:

  1. Después de haber visto los originales en la capital egipcia, no puedo sino constatar que es absolutamente recomendable para cualquier tipo de público: tanto los interesados en historia, como los aficionados a las historias de aventureros, pasando por artistas y cualquier persona, en definitiva, que tenga capacidad de fascinación.

    Como hace ya tantos años, el embrujo que sigue ejerciendo el ajuar funerario de Tutankhamon sigue llegando al alma, cerniéndose sobre ella como la más famosa d elas maldiciones.

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